Durante mucho tiempo alimenté y di casa a cuanto perro encontraba sin dueño. Me di cuenta de que había algunos que eran peligrosos por su raza o por su carácter, pero a pesar de que ya era una jauría la que tenía, no paraba de llevarlos a vivir a mi casa. Ahí tenían comida y techo, pero mi amor por ellos no me permitía tenerlos encerrados; podían salir a la calle para ser libres. Mordieron a muchos conocidos y desconocidos que pasaban por mi casa.
Los vecinos me pidieron que me deshiciera de esos animales que tenían en riesgo a todos los colonos. Por evitarme problemas, prometí acabar con eso. Llevé toda la jauría a la casa de un hermano, a dos puertas de mi casa, y le regalé todos mis queridos animales, con la condición de que los cuidara.
Para mi sorpresa los perros siguieron atacando y mordiendo a quienes pasaban por la casa de mi hermano. Eran los mismos perros, pero se habían cambiado de casa. El cambio de casa no les quitó la bravura.
Entiéndase por mis perros los políticos, mi casa el PRIAN y la casa de mi amigo MORENA. Los mismos perros atacando igual o peor.
¿Cuál fue el cambio prometido?
LA CASA nada más.
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